Cuéntalo

Invisible

Emily Carroll y Laurie Halse Anderson Cuentalo Cubierta scaled

«Hoy es mi primer día de instituto. Llevo siete libretas nuevas, una falda que odio y dolor de estómago».

Así se abre este libro. Y sí, pisamos terreno conocido: lo teenager, lo highschool. Hablamos de un género bien acotado y definido, y Cuéntalo se ajusta como un guante a él. Tenemos a Melinda, que inicia nuevo curso en el instituto Merryweather, y tenemos a su equipo de animadoras, sus profesores peculiares, su comedor (lugar predilecto de humillación pública), su férrea estructura de castas (populares, deportistas, empollones, marginados). Desde el primer día, Melinda es ignorada y acosada, ridiculizada, ignorada; incluso por sus antiguas amigas. Desde el primer día, Melinda busca pasar desapercibida y evita en lo posible llamar la atención. Desde el primer día, desde esa primera frase, sabemos que Melinda oculta algo, que algo le pasa, algo le ocurrió. (Pronto sabremos qué, y a manos de quién.) En resumen, desde el primer momento Melinda busca desaparecer, ser invisible, y muy pronto encuentra refugio en un viejo cuarto de escobas, una habitación propia en la que ocultarse, leer, ser ella misma, mientras la presión exterior crece y los días pasan y todo va a peor.

Ser invisible.

En el sexto episodio de la primera temporada de Buffy cazavampiros, la teleserie de los 90 (titulado Out of Mind, Out of Sight), la joven Marcie se ha hecho invisible a fuerza de ser ignorada por los demás, y planea su venganza utilizando a Cordelia, la chica popular por excelencia, como blanco de su ira. El corazón del episodio: la anulación de quien no encaja, hacer que desaparezca de la vista, como si no existiera.

En Buffy cazavampiros se jugaba mucho y bien con la reformulación de los fantasmas y traumas de la adolescencia, transformándolos en monstruos reales a los que combatir. Un poco eso mismo hace Emily Carroll cuando aborda la adaptación de Cuéntalo, la primera novela de Laurie Halse Anderson. Elude la traslación directa y opta por recurrir, en lo gráfico, a los códigos del género de terror, un terreno en el que se mueve con soltura. (De hecho, la mayor parte de su obra se puede definir, por simplificar, como una puesta al día de las propuestas de Angela Carter en su reescritura de los cuentos de hadas clásicos.) Así, las sombras se alargan o se adensan en función del dramatismo de la escena, la rotulación funciona como un recurso gráfico más (¿un guiño a Eisner?) y la identificación del agresor como monstruo al acecho se resuelve de manera visual y más que elocuente.

Hemos mencionado a un agresor, y a estas alturas ya podemos suponer que estamos hablando de una violación. No hay riesgo de spoiler, en el propio libro se intuye muy pronto. Andy es una figura amenazadora que va creciendo página a página (de manera literal, incluso), al mismo tiempo que a la protagonista le cuesta cada vez más callar lo que ocurrió. Melinda sublima su dolor y su miedo gracias a la clase de arte, la única en la que no se siente proscrita, pero el incidente que precipita el desenlace es más sutil y nos devuelve al principio de este texto: ser invisible. Como una especie de alerta anónima, deja escrito en el baño una breve advertencia (chicos que hay que evitar: Andy Evans). Al cabo de un tiempo, encontrará una colección de anotaciones dándole la razón y detallando otros abusos por parte de su agresor. Una conspiración de invisibles que, de alguna manera, arranca a Melinda de su mutismo y hace que termine de reaccionar.

La novela original se publicó en 1999, fue finalista del National Book Award y fue lectura recomendada en numerosos institutos norteamericanos. En España la publicó SM en 2001, con el título Cuando los árboles hablen (mucho menos urgente y directo que el Speak original, a mi juicio). También tuvo adaptación cinematográfica, en 2004, dirigida por Jessica Sharzer y con Kristen Stewart como protagonista.

La edición de SM no es fácil de encontrar, así que no sería mala cosa que esta adaptación llegara a los institutos españoles y fuera lectura recomendada en todos ellos, porque lo que cuenta y cómo lo cuenta (y el mérito ahí es todo de la maravillosa Emily Carroll) tiene hoy más vigencia si cabe que entonces.

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