En los últimos años, conforme la sociedad en general ha ido abriendo los ojos al cómic, el mundo del cómic ha ensanchado todavía más sus caminos y se ha ido liberando de constreñimientos que cierto purismo consideraba parte inherente al medio. No hace mucho tiempo, habría quien dudaría si calificar Bezimena como cómic o como libro ilustrado, de la misma forma que pocos habían intuido (desde el mundo del cómic y desde el mundo del arte) que los libros de Frans Masereel estaban entroncados con la novela gráfica. Por fortuna, los límites de la narrativa en imágenes son cada vez más difusos y vamos comprendiendo que las etiquetas son muy útiles para el estudio de los productos culturales, pero que en ningún caso pueden convertirse en normas y restricciones para la
creación.
Nina Bunjevac, que proviene del mundo de las artes plásticas (pintura y posteriormente escultura), tiene sin embargo perfectamente interiorizadas las claves del cómic por haber sido lectora de historieta desde pequeña, y las aplica con maestría en sus obras. Nacida de padres serbios en Welland (Ontario, Canadá) en 1973, las circunstancias familiares la llevaron de vuelta a la tierra de sus ancestros siendo muy niña. Creció así en Yugoslavia, y volvió a tierras canadienses para completar sus estudios de arte, cuando todavía no había estallado la guerra en los Balcanes. Su historia personal, la de su familia y, por extensión, la del país en el que se crió son el argumento principal de Patria, la novela gráfica por la que se conoció a Bunjevac en España. Ciertas similitudes de fondo (especialmente, la huida de una infancia inmersa en una cultura que nos resulta exótica y al tiempo opresiva) llevaron a comparar su trabajo con el de Marjane Satrapi; también se comparó con el de Joe Sacco, por su ligazón con el periodismo en cómic y su gusto por las tramas manuales. Vista la obra de Bunjevac un poco más en conjunto, podemos decir que está más relacionada, estética y tonalmente, con autores como Charles Burns, Thomas Ott o incluso Dave Cooper. En las historias cortas de su primer libro, el recopilatorio Heartless —inédito en España, intuimos una clara sintonía con los clásicos del cómic underground e independiente americano. Sus referencias son mucho más amplias, y muchos elementos, como su relación con lo onírico, la unen también con las vanguardias artísticas del siglo xx. Queda claro que estamos frente a una autora de personalidad sólida, y que utiliza importantes variaciones de registro dentro de su estilo personal para adaptarse al tono de lo que pretende contar.
Bezimena comienza advirtiéndonos de que se trata de una adaptación moderna del mito de Artemisa y Sipretes. El mito refiere la historia del joven Sipretes, que encontró casualmente a la diosa bañándose desnuda y osó contemplarla (en otras versiones se dice que también intentó violarla); como respuesta, esta lo castigó convirtiéndolo en mujer. En el caso de la obra de Bunjevac, una narradora nos cuenta cómo, en un momento impreciso de la Antigüedad, una sacerdotisa es forzada por la anciana Bezimena a reencarnarse en un personaje masculino de la primera mitad del siglo xx. En un juego de espejos que nos lleva como lectores a ponernos finalmente en la piel del/la protagonista, nos vemos reencarnados en un ser oscuro, aunque aparentemente inocuo; un hombre nacido en el seno de una familia burguesa que, debido a sus pulsiones escopofílicas, acaba viviendo apartado de la sociedad, recluido en sus fantasías. Asistimos así a esas fantasías, que terminan tornándose realidad de forma enfermiza.
Este carrusel atrapa a quien lee la historia en una espiral de elementos que transita de la ensoñación a lo tenebroso, pasando por momentos de erotismo lúdico: Bunjevac no duda en basar buena parte de la potencia gráfica en secuencias de pura inspiración sicalíptica, que remiten a diversa imaginería erótica del siglo pasado, pero indirectamente también a las imágenes sexuales de la cerámica griega y de tantas otras culturas antiguas. Esa textura de fantasía casi caramelizada sirve para dejarnos caer por una pendiente final agria y áspera.
Es el tránsito por la obra, al igual que la reencarnación que sufre la sacerdotisa, una experiencia que supera a la historia en sí, que no deja de ser un cuento de argumento sencillo. La densidad la aporta la estudiada conjunción de ingredientes y simbología, y se refuerza con el gran formato del libro, que invita a la inmersión visual. Nina Bunjevac es, en palabras de Paul Gravett, «deliciosamente perturbadora cuando explora las aguas profundas del deseo y la desesperación». Bezimena demuestra hasta qué punto eso es así.