Poco a poco, la España vaciada, el mundo rural al que no llega la fibra, se va convirtiendo en protagonista en los medios, intentando concienciarnos de la necesidad de volver a los pueblos, algo que para muchos se ha convertido en realidad durante la pandemia. En Villanueva, el último cómic de Javi de Castro, conocemos la historia de Miguel y Ana, una joven pareja que, ante la falta de oportunidades laborales, buscan una vuelta a las raíces como remedio a las dificultades que atraviesan ahora que van a ser padres. Sin embargo, la relación entre Miguel y Ana no es todo lo perfecta que parecía ni el pueblecito resulta ser la solución a los problemas que esperaban. Pronto descubren que, más allá de su bucólica apariencia, Villanueva encierra secretos de los que, probablemente, no van a poder escapar. La infancia en un mundo que envejece y no encuentra relevo generacional se vuelve el perfecto leitmotiv para el desarrollo de un relato que no deja indiferente. Carmen, habitante del pueblo y con una permanente necesidad de huida, se convierte en una inesperada coprotagonista de la historia, una suerte de cicerone que acompaña al matrimonio en su descenso a lo infiernos.
La brecha cultural entre el mundo rural y el entorno urbano se va haciendo, poco a poco, más grande, hasta convertir el relato en una película de terror. El folclore leonés sirve a De Castro para construir un thriller envolvente en el que los lectores y lectoras, como los propios personajes, van conociendo el misterio que acoge esta pequeña comunidad que ha ido creciendo hacia dentro.
A la hora de construir un relato en el que impere el miedo, el autor se ha sabido nutrir de todo el imaginario de su tierra natal para crear una asfixiante sensación que nos atrapa y nos deja paralizados, sin capacidad de escapar gracias al buen hacer del dibujante.
A pesar de haber colaborado en diferentes autoediciones, el nombre de Javi de Castro comenzó a sonar con fuerza con La última aventura, un relato crepuscular sobre la figura de los aventureros que realizó junto a Josep Busquet, y con ¡Que no, que no me muero!, adaptando un guioon de María Hernández Martí, en el que la autora nos hacía cómplices de cómo vivió la experiencia del cáncer.
A partir de entonces, cada una de las obras del ilustrador han supuesto una cita ineludible, desarrollando obras de mayor extensión y ambición como autor completo. En Larson, De Castro nos mostró el lado oscuro de los medios a través de la figura de Michael Larson, y su experiencia en el concurso Press Your Luck, logrando una perfecta ambientación de los Estados Unidos y del mundo de la televisión de 1984. En la obra, De Castro sacaba músculo para enseñarnos su perfecto control del tiempo narrativo. Un tempo que en Villanueva se vuelve esencial para ir emocionando, aterrando al espectador con este gran espectáculo realizado en dos tintas. En sus comienzos, De Castro destacó por el uso del color, pero paulatinamente ha ido abandonando los artificios para construir férreas estructuras narrativas. Si en Larson el blanco y negro era suficiente para cronometrar el espectáculo televisivo, en Villanueva es el azul el color que completa y acompaña el dibujo, ayudando a generar las atmósferas necesarias.
La narración se ve salpicada con evocadoras dobles páginas que construyen una realidad paralela a la que los personajes viven y nos ayudan a comprender, sin apenas palabras, la situación a la que se enfrentan. Lo que se mantiene firme a lo largo del tiempo es el trazo firme y continuo, con personajes monolíticos. A pesar de ello, el sutil juego de miradas y pequeños gestos hace que la obra avance en los márgenes de las viñetas, dejando que sea el espectador el que cierre las tramas y los misterios que encierra el relato.
Una obra para degustar a la luz de la chimenea. Apaguen los móviles y esperen a que todos duerman. Bienvenidos a Villanueva.