Mariko Tamaki ha demostrado en repetidas ocasiones que es una reina a la hora de escribir sobre la adolescencia como terreno de crisis y cambio, y a la hora de desarrollar personajes creíbles y, en más de un sentido, memorables. Lo ha hecho, además, en diferentes registros: la novela gráfica de tono más personal (Aquel verano y Skim, con su prima Jillian Tamaki, ambas publicadas por La Cúpula), el caramelo mainstream (Supergirl: fuera de lo común, con Joëlle Jones, en ECC) o la novela young adult (Cover me o Saving Montgomery Sole, todavía inéditas aquí). Laura Dean me ha vuelto a dejar, editada también por La Cúpula, pertenece al primer registro, y cuenta con las imágenes burbujeantes de Rosemary Valerio-O’Connell, de ascendencia aragonesa, que ilustran de manera impecable el pequeño universo/burbuja que la escritora canadiense ha creado para contar su historia. Un universo cerrado y luminoso en el que la realidad LGTBI+ está plenamente asumida, la homofobia aparece como algo casi residual, los padres apenas cuentan con un papelito de figurante y la vida en el instituto no es del todo infernal. Una burbuja, eso sí, en la que las relaciones personales se siguen enredando cuando menos te lo esperas, y las relaciones tóxicas siguen siéndolo, porque de eso parece que no hay quien nos libre.
Laura Dean es la chica más popular del instituto, y además le gusta ejercer. Puede tener a quien quiera con solo hacer un gesto; un gesto que a menudo hace. A su alrededor hay una permanente corte de satélites que la adoran, hasta el extremo de que a lo mejor a estas alturas ya no sabe bien cómo estar sola (pero esa es una reflexión para más tarde). Freddy Riley es su novia. O lo ha sido. Aún lo es. ¿Cuántas veces ha roto Laura con ella y cuántas veces ha vuelto como si no hubiera pasado nada, como si, en realidad, ella estuviera allí siempre, en el banquillo y a su disposición? Su gente, la red de amistades que en torno suyo se afanan por protegerla, despertarla del hechizo y convencerla de que, bueno, ya está bien, su vida es su vida y qué sentido tiene vivirla siempre a expensas del capricho de alguien como Laura Dean; su gente, en fin, la gente que la quiere, está ahí, pero es ella quien sin siquiera darse cuenta se mantiene siempre un poco al margen, y se niega a ver lo que es evidente. Y eso, que juega a rebelarse, y hay un monólogo interior que conduce la historia (un monólogo que no es tal, en realidad, pero eso son trucos de escritura) y de alguna manera prefigura la ruptura.
Pero para qué entrar en más detalles. Todos hemos conocido a Lauras y a Freddys, todos hemos pasado por ahí, de una u otra manera, por experiencia propia o como espectadores. Y hemos visto finales distintos, unos más felices, otros no tanto. En este caso, vendrá precedido por un momento de dolor y por la afirmación de una amistad que todo el rato ha estado ahí, en primer término. (Y menos mal, porque el lector ya se ha tirado de los pelos varias veces a lo largo del libro.)
Hemos hablado de Mariko Tamaki y su habilidad para contar este tipo de historias, para dar voz creíble a personajes adolescentes. Merece la pena detenerse aquí en la caracterización que hace de todos, pero en especial de Doodle, cómo desarrolla su historia en paralelo, en segundo término, sin que caigamos en la cuenta hasta que todo se precipita y, entonces sí, atamos cabos. Conviene también pensar en Laura Dean y en ese momento en que se nos desvela como alguien que, en efecto, no puede, no sabe cómo estar sola, no es capaz de imaginarse sin la nube de adulación que la protege, pero que también la aísla. Ese momento en el que casi empatizas con ella. (Solo casi, porque Freddy es adorable y lo ha pasado fatal; pero ahí está la puerta entreabierta para la reflexión.)
Hemos hablado de la guionista, en fin, pero sin duda la estrella, la gran sorpresa de este libro, es su dibujante: Rosemary Valero-O’Connell, que crea un universo fascinante, barroco y sinuoso, poblado de personajes con voz propia y gestualidad diferenciada, cercanos, reconocibles y diversos (altos y bajos, de diferentes tallas, racializados… Normales, en suma; creíbles). Que juega con el bitono rosa, con los grises y con una línea limpísima, feliz. Rosemary nació en Minnesota en 1994, pero se crió en Zaragoza. Su carrera está despegando ahora, después de haber trabajado para Boom! y DC, después de ser nominada a dos Eisner en 2018 por What is left, un librito de ciencia ficción intimista publicado en la plataforma ShortBox, y después de que Laura Dean me ha vuelto a dejar recibiera el pasado año tres premios Ignatz: mejor artista, mejor historia y mejor novela gráfica.
Laura Dean me ha vuelto a dejar habla de relaciones tóxicas y de las otras, esas que merecen la pena. Habla de diversidad y de tolerancia. Habla, sobre todo, de amistad. La cosas que cuentan.